martes, 29 de julio de 2008

Las hogueras carlistas


Los conflictos cainitas, las guerras civiles, los enfrentamientos entre compatriotas han caracterizado la historia contemporánea de España. Para conocer buena parte de lo que hemos sido y hemos hecho los españoles a lo largo de las dos últimas centurias, basta con contemplar la pintura de Francisco de Goya titulada “Duelo a garrotazos”. Con el pincel y sin palabras, Goya dibuja en el lienzo todo un tratado de historia. Sobre un paisaje montañoso, áspero, duro, hostil, salvaje, bajo un cielo que va cubriéndose de nubes negras de tormenta, se ve a dos individuos ensombrecidos por la creciente tiniebla, desdibujándose, diluyéndose... desapareciendo. Dos seres hirsutos, indómitos, embrutecidos. Son sus atuendos el único atisbo de humanidad que les queda. Son dos hombres-lobo esgrimiendo garrotes. Están enterrados hasta la rodilla, atrapados, hundidos en el lodo del odio que los inmoviliza y los engulle. Son dos hermanos a punto de asesinarse. Son dos españoles dirimiendo sus diferencias.

En 1872 comenzaba la Tercera Guerra Carlista. El pretendiente al trono español Carlos María – Carlos VII para los carlistas- se enfrentó sucesivamente a Amadeo I, a la República y, por último a Alfonso XII, en una larga contienda que finalizó con la toma de Estella en 1876. Los escenarios principales del conflicto fueron las Vascongadas, Navarra, la fachada este peninsular (Cataluña, Aragón y Valencia) y algunas zonas aisladas y agrestes de Castilla la Nueva y Andalucía.
En las comarcas alicantinas operaron varias partidas carlistas (Larroche, Aznar), pero la más intrépida y temida fue la del coronel jumillano Miguel Lozano.
En Aspe, igual que en otros muchos lugares, se había creado el cuerpo de Voluntarios de la República. Era una milicia integrada mayoritariamente por jornaleros con la misión de garantizar el orden, enfrentarse a cualquier partida carlista que apareciese por el término o auxiliar a aquellas localidades vecinas que pidiesen ayuda. En respuesta a una solicitud del ayuntamiento, el Jefe de Orden Público de la provincia había entregado a las autoridades locales cien fusiles, otras tantas bayonetas y tres cajones con mil cartuchos cada uno para dotar al contingente. El 8 de junio de 1873 se proclamaba en los balcones del Ayuntamiento de Aspe la República. Las dos compañías de Voluntarios con sus jefes y oficiales formaban en la plaza.
Desde finales de agosto, comenzarían a establecerse retenes y rondas de guardia en la población. Una columna de guardias civiles y carabineros que perseguía a la partida de Aznar pernoctó en la villa el día uno de septiembre.
El temor a una incursión iba creciendo conforme pasaban los días y se iban recibiendo noticias de lo que sucedía en otros lugares. Ante este permanente estado de amenaza, el ayuntamiento decidió tomar una serie de medidas de carácter defensivo encaminadas a proporcionar seguridad y tranquilidad al vecindario y a disuadir cualquier amago carlista. Había que fortificar la entradas y salidas del pueblo. A tal fin, se creó una comisión municipal formada por el tercer teniente de alcalde y los regidores José Pujalte y Rafael Pérez, quienes, en unión con el maestro alarife (albañil), designarían los puntos de la población donde debían construirse tapias con aspilleras (huecos para disparar) o colocarse puertas, procurando, al mismo tiempo ,que estas obras no entorpecieran la actividad agrícola y comercial de la villa. En las actas de pleno se habla, por ejemplo, de una puerta de dos hojas en la tapia del callejón del Lavadero de la Lana ( cerca de la plaza de San Juan); de otra tapia en la calle de la Vereda; de los gastos ocasionados por la colocación de cerrojos y herrajes en las puertas y portillos de la villa; de un retén de guardia en la calle de Orihuela; del esfuerzo económico que se estaba realizando en el mantenimiento del orden público, el sostenimiento de la tropa y la asistencia a los voluntarios que caían heridos en las batidas contra los carlistas...
Así y todo, en octubre de 1874, la partida del coronel Lozano entró en Aspe. Tras el saqueo de las dependencias municipales, los carlistas encendieron en la noche del 9 de octubre sendas hogueras en medio de la plaza y en la antesala de la Casa Consistorial donde se quemaron el registro civil, algunos libros de actas municipales y los quepis y correajes de los Voluntarios de la República. Antes de abandonar la población, los carlistas no se olvidaron de cobrar un “impuesto” o contribución de guerra que se vieron obligados a satisfacer algunos vecinos acomodados.

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Aspe, Alicante, Spain
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