martes, 29 de julio de 2008

Las hogueras carlistas


Los conflictos cainitas, las guerras civiles, los enfrentamientos entre compatriotas han caracterizado la historia contemporánea de España. Para conocer buena parte de lo que hemos sido y hemos hecho los españoles a lo largo de las dos últimas centurias, basta con contemplar la pintura de Francisco de Goya titulada “Duelo a garrotazos”. Con el pincel y sin palabras, Goya dibuja en el lienzo todo un tratado de historia. Sobre un paisaje montañoso, áspero, duro, hostil, salvaje, bajo un cielo que va cubriéndose de nubes negras de tormenta, se ve a dos individuos ensombrecidos por la creciente tiniebla, desdibujándose, diluyéndose... desapareciendo. Dos seres hirsutos, indómitos, embrutecidos. Son sus atuendos el único atisbo de humanidad que les queda. Son dos hombres-lobo esgrimiendo garrotes. Están enterrados hasta la rodilla, atrapados, hundidos en el lodo del odio que los inmoviliza y los engulle. Son dos hermanos a punto de asesinarse. Son dos españoles dirimiendo sus diferencias.

En 1872 comenzaba la Tercera Guerra Carlista. El pretendiente al trono español Carlos María – Carlos VII para los carlistas- se enfrentó sucesivamente a Amadeo I, a la República y, por último a Alfonso XII, en una larga contienda que finalizó con la toma de Estella en 1876. Los escenarios principales del conflicto fueron las Vascongadas, Navarra, la fachada este peninsular (Cataluña, Aragón y Valencia) y algunas zonas aisladas y agrestes de Castilla la Nueva y Andalucía.
En las comarcas alicantinas operaron varias partidas carlistas (Larroche, Aznar), pero la más intrépida y temida fue la del coronel jumillano Miguel Lozano.
En Aspe, igual que en otros muchos lugares, se había creado el cuerpo de Voluntarios de la República. Era una milicia integrada mayoritariamente por jornaleros con la misión de garantizar el orden, enfrentarse a cualquier partida carlista que apareciese por el término o auxiliar a aquellas localidades vecinas que pidiesen ayuda. En respuesta a una solicitud del ayuntamiento, el Jefe de Orden Público de la provincia había entregado a las autoridades locales cien fusiles, otras tantas bayonetas y tres cajones con mil cartuchos cada uno para dotar al contingente. El 8 de junio de 1873 se proclamaba en los balcones del Ayuntamiento de Aspe la República. Las dos compañías de Voluntarios con sus jefes y oficiales formaban en la plaza.
Desde finales de agosto, comenzarían a establecerse retenes y rondas de guardia en la población. Una columna de guardias civiles y carabineros que perseguía a la partida de Aznar pernoctó en la villa el día uno de septiembre.
El temor a una incursión iba creciendo conforme pasaban los días y se iban recibiendo noticias de lo que sucedía en otros lugares. Ante este permanente estado de amenaza, el ayuntamiento decidió tomar una serie de medidas de carácter defensivo encaminadas a proporcionar seguridad y tranquilidad al vecindario y a disuadir cualquier amago carlista. Había que fortificar la entradas y salidas del pueblo. A tal fin, se creó una comisión municipal formada por el tercer teniente de alcalde y los regidores José Pujalte y Rafael Pérez, quienes, en unión con el maestro alarife (albañil), designarían los puntos de la población donde debían construirse tapias con aspilleras (huecos para disparar) o colocarse puertas, procurando, al mismo tiempo ,que estas obras no entorpecieran la actividad agrícola y comercial de la villa. En las actas de pleno se habla, por ejemplo, de una puerta de dos hojas en la tapia del callejón del Lavadero de la Lana ( cerca de la plaza de San Juan); de otra tapia en la calle de la Vereda; de los gastos ocasionados por la colocación de cerrojos y herrajes en las puertas y portillos de la villa; de un retén de guardia en la calle de Orihuela; del esfuerzo económico que se estaba realizando en el mantenimiento del orden público, el sostenimiento de la tropa y la asistencia a los voluntarios que caían heridos en las batidas contra los carlistas...
Así y todo, en octubre de 1874, la partida del coronel Lozano entró en Aspe. Tras el saqueo de las dependencias municipales, los carlistas encendieron en la noche del 9 de octubre sendas hogueras en medio de la plaza y en la antesala de la Casa Consistorial donde se quemaron el registro civil, algunos libros de actas municipales y los quepis y correajes de los Voluntarios de la República. Antes de abandonar la población, los carlistas no se olvidaron de cobrar un “impuesto” o contribución de guerra que se vieron obligados a satisfacer algunos vecinos acomodados.

jueves, 24 de julio de 2008

Diciembre de 1930


Hace mucho tiempo, cuando mis abuelos eran niños todavía, la actual Avenida de la Constitución se llamó Avenida de las Víctimas del 18 de Diciembre.
La historia se ha escrito - sigue escribiéndose- en letras rojas de sangre. Nunca supimos gobernarnos, nunca supimos hacer ninguna revolución, nunca supimos elegir bando porque siempre, siempre, hubo víctimas. Ocurre que los hombres no sabemos, no podemos o no queremos hacerlo mejor. Y no se observan síntomas de mejoría.

A finales de enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera presentaba su dimisión al rey Alfonso XIII. La dictadura había acabado con el prestigio de la monarquía y los opositores republicanos comenzaban a soñar con la caída del rey y la instauración de un régimen republicano en España. El movimiento obrero adquiría cada vez más fuerza y utilizaba el arma de la huelga para conseguir sus objetivos y poner en jaque a los débiles gobiernos que sucedieron al de Primo de Rivera. En agosto, se reunieron en la ciudad de San Sebastián representantes de diversas fuerzas políticas contrarias a Alfonso XIII para adoptar las líneas de acción que condujeran a una república parlamentaria. Del llamado Pacto de San Sebastián salió el compromiso de formar el Comité Revolucionario Nacional que asumiría la dirección del proceso. Fundamentalmente, todo consistía en provocar un pronunciamiento militar que, unido a la huelga general, lograse acabar con la Monarquía. El Comité eligió para el levantamiento la fecha del 15 de diciembre, pero los militares republicanos de la guarnición de Jaca se adelantaron, sublevándose el día 12. La precipitada rebelión de Jaca fracasó y los cabecillas fueron ejecutados.
El día 15, efectivamente, la huelga estalla en muchos lugares, sobre todo en el Levante y Aragón.
Aspe, además de unirse a la sublevación siguiendo las consignas del Comité, llegó a proclamar la República, hecho que puede explicar la dura represión del movimiento insurreccional en nuestra localidad. Los días 15, 16 y 17 transcurrieron relativamente tranquilos, pero el 18 de diciembre resultó trágico. Ese día, un grupo de guardias civiles abrió fuego contra los manifestantes causando varios muertos y heridos. Poco después, intervino la Legión, aplastando la revuelta y tomando el control de la villa. Sofocada la sublevación, se desarmó al vecindario y se practicaron numerosas detenciones entre los insurgentes. Los principales dirigentes revolucionarios de la localidad fueron conducidos a la prisión de Alicante, de donde no saldrían hasta el triunfo republicano. Los periódicos más importantes del país se hicieron eco de los acontecimientos de Aspe.

Tras la proclamación de la II República en abril de 1931, se había constituido en Aspe un gobierno local republicano. Las nuevas autoridades municipales querían esclarecer los sucesos del mes de diciembre, identificar a los responsables civiles o militares y conducirlos ante la justicia. En la sesión del pleno de 24 de septiembre de 1931 (1), la corporación municipal aprobaba un escrito dirigido al Presidente de la Comisión de Responsabilidades y a los señores diputados de la provincia, en el que se ofrecía una versión de los hechos acaecidos en la población durante aquellos convulsos días. En el acta de la sesión se narra así lo sucedido:

Exmo. Sr., Aspe, llevado de su espíritu republicano, tomó parte unánime y activa en los sucesos revolucionarios del pasado diciembre, obedeciendo las órdenes del Comité; el quince de dicho mes se declaró la huelga general que continuó hasta el día diez y siete del mismo, sin que durante dichos días ocurriese el menor incidente, siendo el paso absoluto y garantizando el orden los mismos elementos revolucionarios, los cuales se vieron sorprendidos el día diez y ocho del referido mes cuando pacíficamente y en gran número por el estado de huelga transitaban por la Plaza del pueblo con la presencia de un autobús que conducía doce guardia civiles y un teniente del mismo Instituto, los cuales, sin previo aviso, y emboscados en el mismo coche, hicieron numerosos disparos contra el vecindario, para momentos después seguir disparando una vez descendidos del auto, originando tres muertos, entre ellos, una niña de tres años de edad, y numerosos heridos, muchos de ellos graves, por cuyo motivo tuvieron que sufrir amputaciones de miembros. Ante el asombro y la consternación del vecindario, atravesaron la población las referidas fuerzas disparando contra todo transeúnte y en retirada ante el pánico que les infundiera un enemigo imaginario, hasta el extremo de haber causado la muerte de un pobre posadero en el preciso momento en que éste cerraba las puertas de su casa. Y como si esto fuera poco, a las dos horas se veía invadida la población por numerosas fuerzas de la Guardia Civil y una Bandera del Tercio que acordonaron la población y ante el pánico del vecindario, que tenía las casas cerradas, obligaron a abrirlas convocándoles a la plaza pública donde maltrataban y amenazaban a los vecinos para que gritasen ¡viva el Rey! Para justificar, sin duda, su desdichada actuación, el comandante de la fuerza publicó un bando requiriendo al vecindario para que entregase toda clase de armas, intimidando con registros domiciliarios, y los vecinos entregaron las escopetas de caza de que disponían y de una manera cobarde y falsamente, se informaba a las autoridades de los sucesos diciendo que el pueblo estaba armado y haciendo fuego y que habían recogido dos sacos de escopetas y pistolas; telegramas inexactos y tendenciosos que eran glosados por la prensa de la derecha especialmente “El Debate”. Todos estos hechos más o menos desvirtuados se hicieron públicos por la prensa de aquellos días. No terminó aquí el calvario de los vecinos de esta villa. La misma noche y valiéndose seguramente de la delación de los enemigos personales y políticos de la localidad eran trasladados a la cárcel de Alicante todos aquellos hombres de alta o baja condición social que eran conocidos como republicanos y víctimas de la Dictadura los cuales fueron vejados, injuriados, incluso atormentados por la Guardia Civil, sufriendo la cárcel hasta el día de la proclamación de la República…

(1) Archivo Municipal de Aspe, Actas de Pleno, 1931-1932, fol. 54v y ss.

martes, 22 de julio de 2008

Don Gutierre de Cárdenas, señor de Aspe

Un renombrado personaje de la Corte, un cercano colaborador de los Reyes Católicos, un magnate que había amasado una gran fortuna al servicio a los monarcas, compraba la villa de Aspe en 1497 a don Juan Ruiz de Corella, conde de Cocentaina, por un precio de 41.000 libras reales de Valencia. Se llamaba don Gutierre de Cárdenas y Chacón, ostentaba el título de Comendador Mayor de León de la Orden Militar de Santiago y también era señor, entre otros lugares, de Maqueda y Torrijos en Castilla y de Crevillente y Elche en el reino de Valencia.

¿Quién fue don Gutierre? ¿Qué importancia tiene este personaje en la historia de Aspe?

El 31 de enero de 1503, don Gutierre exhalaba su último aliento en una de las estancias del palacio arzobispal de Alcalá de Henares, residencia de su amigo el cardenal Cisneros. Hasta el lecho de muerte se habían acercado Isabel y Fernando, los reyes de Castilla y Aragón. Despedían a un fiel servidor, a un eficaz colaborador, a un hábil consejero, pero también a un querido amigo.
Un instante antes de fallecer los grandes episodios de la dilatada vida del Comendador Mayor aparecieron frente a él como las escenas de un retablo. En una partícula de tiempo cabía toda una biografía. Arrepentido de sus pecados, descargada la conciencia del peso de la culpa, murió tranquilo, quizá, satisfecho.

Todo había empezado en Ocaña, la pequeña villa que le vio nacer. Su padre, Rodrigo de Cárdenas, comendador y trece de la Orden de Santiago, había contraído matrimonio con doña Teresa Chacón, hermana del influyente cortesano don Gonzalo Chacón. Este tío materno llegó a mayordomo de la Casa de la infanta Isabel (la futura Isabel la Católica) y fue quien introdujo en la corte a su sobrino Gutierre.
Algunos textos nos retratan a don Gutierre. Nos hablan de su aspecto físico, su personalidad y cualidades. Lo describen como un individuo de mediana estatura, orondo, pelirrojo, con la piel moteada de pecas, no muy agraciado. Son abundantes los elogios a su sagacidad y maña, a su inteligencia y buen juicio. Pero también fue objeto de difamación. Para sus enemigos era un personaje intrigante y codicioso que supo elegir a sus patrones, que supo ponerse del lado del bando vencedor. Algunos, incluso, llegaron a acusarle de cometer los delitos de cohecho y malversación.

En sus principios fue criado de don Alonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo, entonces uno de los hombres más poderosos de Castilla. Era costumbre que la pequeña y mediana nobleza colocara a sus vástagos al servicio de la aristocracia, buscando para ellos sustento y patrocinio. Así, don Gutierre, apadrinado por el arzobispo y gracias a la influencia de su tío, asciende al servicio de la realeza en 1467 con el cargo de maestresala de la infanta doña Isabel, que un año después iba a ser reconocida como Princesa de Asturias y heredera al trono de Castilla. Don Gutierre pasaba a formar parte del círculo de colaboradores de la futura reina de Castilla. Isabel se dejó guiar por estos hombres para alcanzar el trono. Eligió junto a ellos, frente a los planes de su hermano, el rey Enrique IV, a su futuro marido. Iba a ser Fernando de Aragón.

¿Por qué el aragonés? Los motivos de tal elección parecen claros. Por un lado, estaba la comunión de intereses entre los hombres que rodeaban a Isabel y el rey de Aragón, padre de Fernando, don Juan II. Por otro, la idea de conseguir la reunificación de los reinos peninsulares. Y por último, pero no menos importante, la generosidad de los aragoneses, el oro rutilante. El asunto del matrimonio de Isabel y Fernando le reportó a don Gutierre, entre otros beneficios, 2.000 florines de oro, una ceca o casa de moneda a escoger y las villas de Maqueda, Crevillente y Elche.
Ante la oposición de Enrique IV de Castilla, contrario a la unión de Isabel y Fernando, don Gutierre y el cronista Alonso de Palencia fueron enviados en secreto a Aragón con el propósito de traer de incógnito a Fernando y conducirlo hasta la princesa que esperaría en Valladolid. La misión fue un éxito.
Nunca antes se habían visto los príncipes. Cuando Fernando se presentó ante Isabel fue don Gutierre quien lo identificó. Nuestro protagonista, cercano a la princesa, señaló a Fernando y dijo al oído de su señora: “Ese es”. La frase se hizo célebre y dio lugar a las “S” que aparecen en el escudo de armas de los duques de Maqueda y que nosotros podemos observar, a poco que prestemos atención, en la bordura del blasón que se conserva en el edificio histórico del Ayuntamiento de Aspe (ver en este mismo blog "De señores y vasallos").

El porvenir se presentaba incierto para los recién casados. Enrique, indignado, desposeyó a Isabel del título de Princesa de Asturias y nombró a su hija Juana, apodada la Beltraneja, nueva heredera al trono. Pero el rey de Castilla fallecía en Madrid el 11 de diciembre de 1471. Isabel que se encontraba en la cercana Segovia recibió pronto la noticia. Sin perder tiempo, inició los preparativos para su propia coronación. Dos días después, con Fernando ausente, salía Isabel del alcázar segoviano a lomos de un palafrén, tomado de las riendas por dos regidores de la ciudad. Delante de la flamante reina iba su fiel don Gutierre, solo, a caballo, sujetando por la punta una espada, simbolizando con ello que correspondía a la nueva soberana impartir justicia en sus reinos.
Una vez proclamada Isabel, don Gutierre y su tío don Gonzalo, calificados por un resentido Alonso de Palencia como los “principales cortesanos y aduladores de la Reina”, recibieron como recompensa a su lealtad y a los servicios prestados sendas Contadurías Mayores. El oficio de Contador Mayor, desempeñado siempre por hombres de la máxima confianza regia, consistía en llevar las cuentas de la Hacienda y en asesorar a los monarcas en la política económica.
La auto-coronación de Isabel convirtió en inevitable la guerra civil entre sus partidarios y los de la otra aspirante al trono, su sobrina Juana. La guerra asoló Castilla. La batalla de Toro fue decisiva para la victoria final del bando isabelino. Don Gutierre, al mando de una de las seis escuadras que componían el ala derecha del ejército comandado por Fernando, destacará por su heroísmo en aquella jornada.
En noviembre de 1477, el Capítulo General de la Orden de Santiago lo eligió Comendador Mayor de León, el tercer rango en la jerarquía de la orden militar, tras los de Maestre y Prior. Desde entonces, don Gutierre ostentó con orgullo este título.
El Comendador Mayor de León fue también uno de los grandes protagonistas de la Guerra de Granada, el último acto de la reconquista. Especialmente por el papel que desempeñó al final de aquella empresa bélica. Gracias a una carta escrita por un testigo presencial, rescatada del olvido hace 50 años, conocemos los detalles de la entrada de los cristianos en Granada. El valioso documento viene a decirnos que el primer caballero castellano que pisó el recinto palaciego de la Alhambra fue nuestro don Gutierre.
Cuando todo estaba ya perdido, Boabdil solicitó de los Reyes Católicos el envío urgente de un destacamento de hombres armados que tomase el control de la Alhambra y preparase la entrega de la ciudad. Los reyes decidieron enviar a don Gutierre al mando de una tropa formada por jinetes e infantes armados con espingardas y ballestas. Una vez dentro, el Comendador Mayor ordenó a sus soldados que ocuparan los lugares estratégicos de la Alhambra, mientras él se entrevistaba con el emir en sus aposentos y recibía de sus manos las llaves de la fortaleza-palacio.
Tras la toma de Granada, don Gutierre acrecentará su poder, influencia y riquezas. Seguirá gozando de la privanza de los monarcas, intervendrá en cuestiones de política interior y exterior de primer orden, influirá en la elección de fray Francisco Jiménez de Cisneros como cardenal-arzobispo de Toledo, acudirá como procurador de los reyes a las negociaciones de Tordesillas, aumentará, si cabe, su autoridad en el Consejo Real y ampliará sus posesiones.
En 1497 formalizaba la compra de la villa de Aspe. En 1498 su procurador, mosén Juan de Luján, caballero y comendador de la Orden de Santiago, tomaba posesión de la villa, castillo y baronía de Aspe. El historiador rencentista Gonzalo Fernández de Oviedo destaca en sus “Batallas y quincuagenas” el buen negocio que hizo don Gutierre al adquirir la rica y populosa villa de Aspe: “donde se hazen aquellos hierros de lanza famosos ques de seiscientos o setecientos vecinos, que en aquella saçón eran merced. Esa villa, el comendador mayor la compró (le costó noventa mill doblas) del conde de Oborsa (sic) e de Cocentaina. E la teja solamente dese pueblo se valía solamente lo que dio por ella. Aunque a la verdad, en aquel tiempo valían más cien mil doblas e más hacienda se obiera por ellas, que agora por ciento cinquenta mill. Es una muy buena villa e rica, Azpe; e junto a las que hemos dicho de Elche y Clevillén, en el reyno de Valencia”.
Desde esa fecha, las gentes de Aspe vivirán y morirán bajo la férula de don Gutierre y sus sucesores. En 1529, su hijo don Diego de Cárdenas y Enríquez recibirá del emperador Carlos V el título de duque de Maqueda.

martes, 15 de julio de 2008

La Serranica cumple cien años

Este año celebramos el centenario de la revista La Serranica. Es, sin duda, la publicación aspense más importante de todas las que existen.
La idea de publicar una revista en honor a la Virgen de las Nieves con ocasión de las fiestas patronales en los años pares fue alumbrada por el sacerdote aspense D. Antonio Soria Gabaldón. Enseguida, D. Vicente Calatayud acogió el proyecto y con entusiasmo asumió la dirección de la nueva publicación. Felizmente, en 1908, hace cien años, salía a la luz el primer número de La Serranica. Tras la muerte de don Vicente en julio de 1909, don Antonio Soria se hizo cargo de la dirección hasta el fatídico año de 1936, cuando fue vilmente asesinado en los comienzos de la Guerra Civil, el episodio más negro y cruel de la historia contemporánea de España. La efeméride nos brinda la ocasión de recordar brevemente quién fue este sacerdote.

Antonio Soria Gabaldón nació en la villa de Aspe el 9 de noviembre de 1874 y fue bautizado en la Parroquia de Ntra. Sra. del Socorro. Ingresó en el Seminario de la Purísima Concepción de Orihuela, obteniendo en los largos años de la carrera eclesiástica, la calificación de Matrícula de Honor en todas las asignaturas. El año 1899, finalizó los estudios y fue ordenado sacerdote. Para ampliar estudios se trasladó al Seminario de Valencia, donde obtuvo los grados de Bachiller y Licenciado en Teología. Con una clara vocación docente, tanto en Valencia como en su villa natal, actuó de profesor en academias preparatorias al Bachillerato. En ella año 1911 fue nombrado Profesor de Teología Dogmática en el Seminario Diocesano, ocupando la cátedra durante un quinquenio. Concursó a parroquias en 1916 y obtuvo la de San Juan Bautista de Elche. La mencionada parroquia ilicitana, sita en el arrabal, y antigua morería, era, pastoralmente, la más complicada de Elche. El furibundo anticlericalismo iba a cebarse con el cura y su parroquia. El 20 de febrero de 1936 un incendio destruía la Iglesia de San Juan y su aneja Casa Parroquial.
Aunque D. Antonio intentó permanecer en Elche, no lo pudo conseguir, y tuvo que refugiarse
en el Seminario de Orihuela. Pero incautado el Seminario, tras el 18 de julio, por el Frente Popular de Orihuela, marchó a su villa natal de Aspe, instalándose en casa de un amigo. De nada sirvió. Poco después fue conducido a Elche y encarcelado. El 26 de septiembre del mismo año, fue sacado de la prisión junto al médico ilicitano D. Carmelo Serrano y al abogado Sr. Pérez, de la misma Ciudad. En el trayecto de Elche a Alicante, y en lugares distintos, fueron asesinados los tres.
La antigua Calle del Maltés cambió su nombre y pasó a llamarse Antonio Soria en recuerdo del sacerdote a quien debemos la existencia de la centenaria revista.



La Serranica sólo dejó de publicarse en 1920, 1936 y 1938. En sus orígenes y durante mucho tiempo, fue una revista exclusivamente mariana que reunía poemas y composiciones literarias que los hijos de Aspe dedicaban a su amada patrona. Hoy, sus páginas, como no podría ser de otra forma, siguen manifestando la devoción que los aspenses profesan a la Virgen de las Nieves, pero la revista también se ha convertido, gracias a la encomiable labor de los diferentes directores, en medio de expresión de la cultura, del arte, de las costumbres, de la historia y, en fin, de todos esos elementos distintivos en los que se descubre el carácter, la idiosincrasia de un pueblo.

Han pasado cien años y un nuevo número de La Serranica, ya van 48, vuelve a salir de la imprenta en vísperas de unas fiestas patronales.

jueves, 10 de julio de 2008

Hisn ´Asf



El valle del río Vinalopó está jalonado por castillos medievales que enhiestos sobre peñas y oteros señorean las tierras de las poblaciones ribereñas. Así sucede en Villena, Biar, Sax, Petrel, Elda, Novelda y, por supuesto, sin constituir ninguna excepción, en Aspe.

La primera referencia documental al castillo de Aspe la encontramos en el itinerario escrito por el musulmán Al-Idrisi a mediados del siglo XII que detalla:

“De Murcia a Orihuela hay doce millas, de Orihuela a Albatera, donde está el parador, hay seis millas, de Albatera al Castillo de Aspe (Hisn ´Asf) hay seis millas, al castillo de la Mola que está a orillas del río Vinalopó hay seis millas…”



Ibn Sahib Al-Sala, al relatar la fallida expedición de un ejército almohade sobre Cuenca en 1172 y su regreso, informa de la acampada del contingente militar a los pies del Castillo de Aspe. Las fuentes árabes también se hacen eco del duro ataque de la mesnada de Alvar Fáñez sobre Hisn ´Asf en 1225.


Todo indica que la conquista cristiana de Hisn ´Asf debió producirse en el ecuador del siglo XIII, por las mismas fechas que la toma del castillo de Alicante. Tuvo que obligarse entonces a la población a dejar la fortificación para asentarse en un nuevo emplazamiento en el llano. Así, a partir de este momento, va a producirse el progresivo despoblamiento del recinto hasta su total abandono en el último tercio del siglo XIII. El postrero señor de la fortaleza de Aspe el Viejo sería Zayd Abu Zayd. Era el ocaso de Hisn ´Asf y el nacimiento de Aspe el Nuevo, el núcleo medieval de la actual ciudad. El nuevo asentamiento se iba a situar en un lugar cercano a unos manantiales en el curso medio del río Tarafa a casi cuatro kilometros de distancia del castillo.



El Castillo de Aspe o Castillo del Río está enraizado en una loma sobre un meandro del río Vinalopó muy cerca de la confluencia con el Tarafa. Un largo paño de muro en cremallera envuelve el recinto adaptándose a la irregular orografía del terreno. El elemento característico de este castillo es el ingreso en ángulo entre dos muros paralelos con dos torres o cubos que defienden sus extremos. En la fachada del mediodía, la más vulnerable y accesible, se construyeron macizas torres con el claro propósito de reforzar este flanco de la fortaleza. En el interior de la fortificación se trazaron calles y se edificaron viviendas donde se concentró de forma estable la comunidad campesina de los alrededores. Estos poblados fortificados mejoraban la protección pero también el agrupamiento y el control administrativo y fiscal de la población. Las casas seguirían el modelo de vivienda rural de pequeñas dimensiones. Eran de una sola planta con techumbre plana recubierta de ramas y tierra y estaban divididas generalmente en dos estancias: un establo o almacén y el hogar-dormitorio para la familia. Los moradores del castillo, no más de 300 personas, tendrían como principales actividades la agricultura y la ganadería.


Para saber más:
- AZUAR RUIZ, RAFAEL. El Castillo del Río (Aspe. Alicante). Arqueología de un asentamiento andalusí y transisción al feudalismo. Siglos XII/XIII. Alicante, Diputación Provincial, 1994.

martes, 8 de julio de 2008

La Ermita de la Concepción

En la España del Barroco la devoción a la Inmaculada Concepción estaba muy extendida. Aunque el dogma fue definido el 8 de diciembre de 1854 por le Papa Pío IX, el Concilio de Trento ya dejaba claro que: “al hablar del pecado original, (este concilio) no intenta comprender a la bienaventurada e inmaculada Virgen María”. El dogma de la Inmaculada Concepción sostiene que María “fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano...”.
Desde el siglo XVII, diferentes documentos (Libros de Visitas, Protocolos Notariales, Ma de Consells, Libros de Actas de Plenos…) hacen referencia a la ermita de la Concepción de Aspe. Gracias a este material podemos establecer la siguiente cronología:
- En 1628 el obispo de Orihuela visita las dos ermitas existentes en la villa, la de san Juan (primera iglesia de Aspe) y la de la Concepción, encontrándolas aptas para el culto.
- En 1632 el Vicario General de la Diócesis también inspeccionó ambos oratorios.
- En 1637 la ermita estaba funcionado como parroquia debido al estado ruinoso que presentaba la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro (antigua Mezquita Mayor). Volvió a servir de parroquia en 1678 mientras duraron los trabajos de reparación de los arcos de la iglesia.
- Se sigue citando la ermita en sucesivas visitas hasta el año 1756.
- En la visita de 1679 se indica su localización a extramuros de la villa, fuera de la población.
- En 1699 se llevaron a cabo importantes obras de remodelación y ampliación del oratorio costeadas principalmente con la limosna de los hornos. Finalizados los trabajos, el entonces rector de la parroquia de Aspe, don Bartolomé Rico, dejó constancia del traslado en procesión de la imagen de la Purísima Concepción a su nuevo santuario el día 7 de diciembre de aquel año y de la bendición del recinto a cargo del obispo. Después la imagen retornó al templo parroquial donde permaneció por espacio de tres días. El día 10, concluidas las celebraciones y funciones litúrgicas en honor a la virgen, fue llevada de regreso a su ermita, escoltada en el trayecto por una compañía de alardo que capitaneaba Pedro Miralles de Antón (estas compañías de alardo son el precedente de las fiestas de moros y cristianos, típicas del levante español).
- En 1725 los maestros del oficio de sastre de la villa hicieron uso del recinto sagrado para celebrar junta gremial.
- En 1741 se fundó la Cofradía de la Concepción.
- En 1797 se estaba construyendo adosada a la ermita la vivienda o casa-habitación de los ermitaños.
- En abril de 1842 el Ayuntamiento se dirige a la Diócesis pidiendo autorización para emprender obras de reparación en el edificio y para que además de dar cabida a las celebraciones religiosas sirviese, en los días no festivos, como local de instrucción.
- En julio del mismo año, la corporación municipal autoriza a la viuda del encargado del cuidado y aseo de la ermita a seguir habitando en la casa contigua a ésta, donde la mujer llevaba viviendo más de 14 años.
- En noviembre los vecinos de la calle Concepción solicitan la demolición de la ermita ante el estado ruinoso que presentaba el edificio.
- El 27 de diciembre el Ayuntamiento acuerda proceder a “la demolición de lo que resulte amenazar ruina”.
- Enero de 1843. El coste de los trabajos de demolición de la ermita dirigidos por el maestro de obras Antonio Alcaraz asciende a 210 reales.
- El 7 de mayo de 1844 una exposición dirigida por la municipalidad al Jefe Superior Político de la Provincia hacía hincapié en la necesidad de la “composición de la hermita de Nra. Sra. de la Concepción”.
- 30 de octubre de 1846. Las obras del nuevo oratorio todavía no habían concluido por falta de fondos y resultaba imposible hacer coincidir la bendición de la ermita con los festejos que iban a celebrarse con motivo del enlace real de Isabel II y Francisco de Asís.
- En tiempos recientes la ermita de la Concepción fue vendida a un particular y desde los años 80 del siglo XX funciona como almacén de colchones.
Ojalá este singular edificio vuelva a ser patrimonio común de todos los aspenses en un futuro no muy lejano.

Para saber más:
- MARTÍNEZ CERDÁN, C., MARTÍNEZ ESPAÑOL, G. y PEDRO SALA TRIGUEROS, F., Devociones religiosas y lugares de culto en Aspe en la Época Moderna (siglos XVII y XVIII), Ayuntamiento de Aspe, 2005, pp. 32-37.
- AA.VV., Aspe. Medio Físico y Aspectos Humanos, Ayuntamiento de Aspe-Concejalía de Cultura, 1998, p. 363.

martes, 1 de julio de 2008

El siglo XIX

Para aproximarnos al Aspe del siglo XIX vamos a fijarnos someramente en los aspectos demográficos, económicos, sociales y políticos del momento.

La población absoluta experimentó un lento crecimiento a lo largo de la centuria. En la suma de varios factores encontramos la explicación a este estancamiento demográfico: las altas tasas de mortalidad (sobre todo infantil), las epidemias, las crisis de subsistencia, la emigración, una sanidad deficiente…
Atendiendo a los Registros Civiles, aparecen como principales causas de mortalidad: el pasmo, la alferecía y el sarampión para la etapa infantil; el asma, la apoplejía, el sobreparto y la tisis entre los adultos y otras de carácter epidémico y esporádico como las calenturas, la viruela y el cólera. Aspe sufrió el azote del cólera en 1834, otra vez en 1854-55 y con más virulencia en 1885. Una de las medidas sanitarias que adoptó la corporación municipal durante esta última epidemia fue trasladar el cementerio fuera de la población.
Debido a la falta de trabajo, la pobreza, el hambre o la persecución política, muchos aspenses se vieron obligados a marchar a otros lugares. Fuera de nuestras fronteras el destino preferido por los emigrantes fue “el África francesa”, especialmente Argelia.

La agricultura seguía siendo la protagonista principal de la economía. Los frutos de la huerta y del campo constituían la principal riqueza de la villa. La pertinaz sequía, el pedrisco, las heladas o las lluvias torrenciales podían arruinar los sembrados y sumir en la indigencia a buena parte de la población. Cuando las cosas pintaban mal, los vecinos de Aspe traían en rogativa desde su santuario de Hondón a la Virgen de las Nieves para implorar el auxilio del cielo.
La única industria de la que podemos hablar era la dedicada a la transformación de los productos agrícolas, predominando - como ya vimos en la entrada anterior- la elaboración del vino y el aguardiente.

La realidad social de Aspe en el XIX viene determinada por la existencia de dos grupos: los propietarios-labradores y los asalariados-jornaleros. Los primeros acaparan la propiedad de la tierra y ejercen el control de la política municipal. Los segundos serán aguijoneados por la pobreza y el hambre cada vez que falte el trabajo o se encarezcan los productos de primera necesidad en épocas de malas cosechas.
En los momentos de crisis resurge el bandolerismo. Jaime Alfonso “el Barbudo” es el bandolero más famoso de estas comarcas, aunque no el único. Los bandidos acechaban los caminos, asaltando cuando se les presentaba la ocasión a comerciantes y viajeros. También menudearon las incursiones de forajidos sobre propiedades y haciendas. Para luchar contra la rapiña y los asesinatos se autorizó la posesión de armas de fuego y se crearon partidas de escopeteros con la misión de realizar batidas en los montes cercanos. En 1832 son condenados a recibir garrote cinco bandidos “acusados de ladrones en cuadrilla y otros excesos”. Fueron ejecutados en la Plaza Mayor.

El siglo XIX deparó muchas más cosas: la segregación de Hondón de las Nieves en 1839, la emancipación del dominio señorial a principios de la década de los 50, el ferrocarril que nunca llegó a Aspe, la incidencia de las guerras carlistas, las iniciativas de modernización, etc.

Datos personales

Aspe, Alicante, Spain
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