Para aproximarnos al Aspe del siglo XIX vamos a fijarnos someramente en los aspectos demográficos, económicos, sociales y políticos del momento.
La población absoluta experimentó un lento crecimiento a lo largo de la centuria. En la suma de varios factores encontramos la explicación a este estancamiento demográfico: las altas tasas de mortalidad (sobre todo infantil), las epidemias, las crisis de subsistencia, la emigración, una sanidad deficiente…
Atendiendo a los Registros Civiles, aparecen como principales causas de mortalidad: el pasmo, la alferecía y el sarampión para la etapa infantil; el asma, la apoplejía, el sobreparto y la tisis entre los adultos y otras de carácter epidémico y esporádico como las calenturas, la viruela y el cólera. Aspe sufrió el azote del cólera en 1834, otra vez en 1854-55 y con más virulencia en 1885. Una de las medidas sanitarias que adoptó la corporación municipal durante esta última epidemia fue trasladar el cementerio fuera de la población.
Debido a la falta de trabajo, la pobreza, el hambre o la persecución política, muchos aspenses se vieron obligados a marchar a otros lugares. Fuera de nuestras fronteras el destino preferido por los emigrantes fue “el África francesa”, especialmente Argelia.
La agricultura seguía siendo la protagonista principal de la economía. Los frutos de la huerta y del campo constituían la principal riqueza de la villa. La pertinaz sequía, el pedrisco, las heladas o las lluvias torrenciales podían arruinar los sembrados y sumir en la indigencia a buena parte de la población. Cuando las cosas pintaban mal, los vecinos de Aspe traían en rogativa desde su santuario de Hondón a la Virgen de las Nieves para implorar el auxilio del cielo.
La única industria de la que podemos hablar era la dedicada a la transformación de los productos agrícolas, predominando - como ya vimos en la entrada anterior- la elaboración del vino y el aguardiente.
La realidad social de Aspe en el XIX viene determinada por la existencia de dos grupos: los propietarios-labradores y los asalariados-jornaleros. Los primeros acaparan la propiedad de la tierra y ejercen el control de la política municipal. Los segundos serán aguijoneados por la pobreza y el hambre cada vez que falte el trabajo o se encarezcan los productos de primera necesidad en épocas de malas cosechas.
En los momentos de crisis resurge el bandolerismo. Jaime Alfonso “el Barbudo” es el bandolero más famoso de estas comarcas, aunque no el único. Los bandidos acechaban los caminos, asaltando cuando se les presentaba la ocasión a comerciantes y viajeros. También menudearon las incursiones de forajidos sobre propiedades y haciendas. Para luchar contra la rapiña y los asesinatos se autorizó la posesión de armas de fuego y se crearon partidas de escopeteros con la misión de realizar batidas en los montes cercanos. En 1832 son condenados a recibir garrote cinco bandidos “acusados de ladrones en cuadrilla y otros excesos”. Fueron ejecutados en la Plaza Mayor.
El siglo XIX deparó muchas más cosas: la segregación de Hondón de las Nieves en 1839, la emancipación del dominio señorial a principios de la década de los 50, el ferrocarril que nunca llegó a Aspe, la incidencia de las guerras carlistas, las iniciativas de modernización, etc.
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