Allá por el siglo XV, nuestra comarca, el valle de Elda, estaba habitada mayoritariamente por mudéjares o, lo que es lo mismo, por gentes de religión musulmana, descendientes de aquellos moros que, tras la reconquista a mediados del siglo XIII, habían permanecido en los dominios cristianos. Atendiendo a la documentación disponible y según las conclusiones a las que han llegado los estudiosos, la aljama de Aspe sería la más poblada de esta zona por delante de la vecina localidad de Novelda, lo que la convertía en uno de los “lugares de moro” más populosos de toda la Gobernación de Orihuela, cuyo territorio abarcaba buena parte de la actual provincia de Alicante. Esta importancia viene refrendada por testimonios como el del viajero alemán Jerónimo Münzer: de entre todas las poblaciones mudéjares productoras de uva-pasa del valle del Vinalopó, sólo cita el nombre de la de Aspe en la obra donde describe el viaje que realizó por España y Portugal entre los años 1494 y 1495. Para nuestro pueblo, se estiman alrededor de 1500 habitantes en el año 1493 y más de 2000 almas en vísperas de la expulsión de los moriscos, poco más de un siglo después. Cuando en 1517, otro ilustre viajero, Hernando Colón, hijo del Descubridor, escriba sobre su paso por nuestro pueblo camino de Elche dejará constancia del sobrenombre con el que a la sazón era conocida la aljama de Aspe: “Granada la chica”.
Los cristianos, por tanto, eran minoría en Aspe y en las localidades ribereñas del Vinalopó, a excepción de los dos núcleos de población más importantes: Villena y Elche. Todavía a finales del XVI, el censo de población de la diócesis de Orihuela del año 1597 computaba para Aspe 456 vecinos (cabezas de familia), de los cuales sólo 70 eran cristianos viejos y 386 moriscos o cristianos nuevos.
También muy escasa era la población judía. Antes de la expulsión de 1492, aparecen documentadas unas pocas familias en Aspe. Conocemos el nombre de algunos de aquellos judíos. Muçé Abenbern, rabino, Abraniel, médico, Jahuda Gemel, platero de profesión (argentari), su madre Jamila -presa en las cárceles de la villa en 1489, junto a otros correligionarios, por el caso de ciertas joyas de oro y de plata-, Jahuda Abenpica, Abraham Algemel… aproximadamente una docena de familias, cincuenta o sesenta individuos, no muchos más, cohesionados en torno a la sinagoga de la judería.
Nuestro pueblo era lugar de señorío y no de realengo: pertenecía a un noble. En 1424, el caballero Ximen Perez de Corella compró Aspe y Elda a doña Violante de Bar, viuda del rey Juan II de Aragón. En 1448, don Ximen recibirá de manos del monarca aragonés el título de conde de Cocentaina. Durante setenta y tres años la familia Corella gobernará Aspe. Transcurrido este tiempo, en 1497, don Juan Ruiz de Corella, III conde de Cocentaina, sin descendencia y con acuciantes problemas económicos, venderá la villa al noble castellano don Gutierre de Cárdenas por un precio de 41.000 libras de Valencia. Gonzalo Fernández de Oviedo destacaba en sus “Batallas y quincuagenas” el buen negocio que había hecho don Gutierre al adquirir la rica y populosa villa de Aspe:
“donde se hazen aquellos hierros de lanza famosos ques de seiscientos o setecientos vecinos, que en aquella saçón eran merced. Esa villa, el comendador mayor la compró (le costó noventa mill doblas) del conde de Oborsa (sic) e de Cocentaina. E la teja solamente dese pueblo se valía solamente lo que dio por ella. Aunque a la verdad, en aquel tiempo valían más cien mil doblas e más hacienda se obiera por ellas, que agora por ciento cinquenta mill. Es una muy buena villa e rica, Azpe; e junto a las que hemos dicho de Elche y Clevillén, en el reyno de Valencia”.
La documentación referente a la compra realizada por don Gutierre y a la toma de posesión de la villa de Aspe ha sido estudiada recientemente por el historiador aspense Gonzalo Martínez Español.
Los señores pertenecían al estamento de los privilegiados, gozaban de una serie de prerrogativas y derechos económicos, sociales, jurídicos, etc. Recibían de sus vasallos las rentas sobre las tierras de cultivo, eran dueños de los monopolios señoriales (hornos, molinos, tiendas, mesones, pilón de carne, montes, pastos…), los cuales solían cederse al consell o a la aljama para ser arrendados a particulares mediante subasta. Los señores impartían justicia en causas civiles y criminales, pudiendo condenar a penas de sangre (azotes y mutilaciones) e incluso dictar sentencias de muerte que se ejecutaban, si nada lo remediaba, en la horca de la villa. El cadalso se colocaba preferentemente en lugares con mucho tránsito o afluencia de personas: plazas, caminos o accesos a las poblaciones.
El señor debía vigilar su territorio y proteger a sus vasallos de las incursiones de los almogávares granadinos o de los asaltos y rapiñas de otros nobles vecinos y rivales, como era el caso del linaje antagonista de los Maça de Liçana, señores de Novelda y Monóvar. En este contexto se ha de situar también el enfrentamiento casi permanente entre los pendencieros señores de Aspe y la villa de Elche, conflicto en el que no faltaron los lances guerreros. A las cabalgadas del conde y su gente por tierras ilicitanas respondía la hueste de Elche invadiendo el término de Aspe. De modo que los continuos pleitos entre ambas villas salpican el siglo XV. Diversos motivos llevarían a las disputas: el aprovechamiento de las aguas, las reclamaciones territoriales, los episodios de celadas a mercaderes, los secuestros de mudéjares para pedir rescate, etc. Juan Pedro Asencio pensaba que estos desencuentros y enfrentamientos, incluido el contencioso relativo al derecho sobre las aguas, quedarían de alguna manera resueltos o si quiera suavizados tras la adquisición de nuestro pueblo por don Gutierre, quien, para entonces, ya llevaba un tiempo siendo señor de Elche. El hijo mayor de don Gutierre, don Diego de Cárdenas y Enríquez, será el primer duque de Maqueda.
El señor no residía en Aspe así que nombraba a un representante suyo en quien delegaba funciones, era el bayle (batle) o lugarteniente de bayle. Este delegado del señor debía defender los intereses y derechos de la Señoría y velar por el buen estado de las arcas dominicales.
La organización municipal de la aljama o de su análogo cristiano, el consell, estaba constituida por el alcadí-justicia, los jurats, consellers-vells, almotazaf, síndic, etc. Parece ser que la insaculación era el sistema empleado en la elección anual de los oficios y cargos municipales. Los munícipes se reunían periódicamente para tratar aquellos asuntos que afectaban al común de los vecinos de la villa. En el ya mencionado documento de la toma de posesión de 1498 aparecen relacionados los nombres de las personas que detentaban los diferentes cargos municipales, tanto de la aljama mudéjar como del consell cristiano. Los integrantes de la aljama y del consell se habían reunido por separado para dar la posesión de la villa, baronía y castillo de Aspe, como era costumbre en ocasiones semejantes a aquella: los primeros en la mezquita mayor y los segundos en la modesta iglesia de la villa (oratorio de san Juan). Existen noticias relativas a la existencia de tres mezquitas en el Aspe medieval. La mezquita mayor ocuparía lo que hoy es la capilla de la Comunión de la Basílica de Nuestra Señora del Socorro. En cuanto al modesto templo cristiano bajomedieval, un documento eclesiástico del siglo XVII recuerda que la ermita de san Juan fue la primera iglesia cristiana que hubo en la villa de Aspe. Junto a esta ermita se levantó, más tarde, el Hospital de la villa o Casa de Caridad, donde se atendía a peregrinos, enfermos y pobres. El hospital y la ermita se encontraban en el centro de la población, en la antigua plaza de la Fruta (espacio situado entre el arco del edificio histórico del Ayuntamiento y la actual avenida de la Constitución, en otro tiempo Plaza de los Álamos).
Inmediatamente después de recibir los juramentos de fidelidad y vasallaje de la aljama, del consell y de la mayor parte de los vecinos, el procurador de don Gutierre de Cárdenas se dirigió al castillo para tomar posesión del recinto. La fortaleza no es otra que el Castillo del Aljau. Una reciente intervención arqueológica en la ladera izquierda del río Tarafa ha sacado a la luz los restos de la fortificación a la que aquí se alude. Es llamativo y conviene destacarlo: el alcaide o castellano del castillo de Aspe era un moro llamado Mahomat Alisbizi, quien será confirmado en su puesto por el representante del nuevo señor, el caballero santiaguista don Juan de Luján, respetándose, de este modo, un privilegio conferido desde antiguo a los mudéjares de Aspe.
Un buen castillo de argamasa y tierra en la parte del Aljau; las depresiones del Tarafa y del Barranco como fosos naturales. La villa presentaba un contorno cerrado al exterior según el sistema defensivo conocido como “casamuro”: los mismos muros de las viviendas - sin huecos, sin resquicios hacia fuera- y algún tramo de tapia harían las veces de muralla. La población permanecería clausurada por las noches y en los momentos de peligro: incursiones de saqueo, pestes, etc.
En el interior, el laberíntico entramado urbano estaría formado por calles estrechas y tortuosas, callejones sin salida y numerosas “rinconás”. En la toma de posesión de 1498 se habla de un portal llamado de la “Exerea”, el único vestigio que nos queda hoy es el topónimo. Es probable que existiese, al menos, otra abertura en el cerco de la villa que daría salida a la “almohaja” y a la huerta del Fauquí. Una calle principal atravesaría el pueblo de un extremo a otro, de una puerta a otra.
La plaza era el espacio más relevante, el centro geográfico, político, religioso, económico, social y lúdico de la población. El corazón de Aspe. En la plaza y aledaños se encontraban el palacete porticado de la Señoría donde residía el bayle; junto a éste los almacenes, cuadras y bodegas; también las cárceles de la villa, la mezquita mayor con su enhiesto minarete y su fuente para las abluciones rituales, la sencilla iglesia cristiana, la taberna…
La de Aspe es gente pacífica y laboriosa. Son diestros artesanos, reconocidos maestros de la fragua y del trabajo del hierro, afamados agricultores que han creado una fértil huerta, envidia de toda la comarca. El producto agrícola estrella es la famosa uva-pasa que se exporta a lugares tan lejanos como Italia o centroeuropa. También son muy apreciados otros productos como las habas y los higos.
Cada sábado, en la plaza, por privilegio concedido por el rey de Aragón don Juan II, la villa celebra mercado. Cada sábado, un día después de la fiesta musulmana del viernes y un día antes del domingo cristiano. Los buhoneros y tenderos ofrecen sus mercancías al humilde vecindario. La gente es feliz si puede satisfacer sus necesidades básicas: un plato de comida, un vestido y un techo bajo el que cobijarse.
Desde un promontorio sobre el Barranco (donde también se ubicará una torre o pequeña fortificación y, mucho más tarde, un calvario) se divisa la mayor parte del término: los campos de vides y de olivos, las blancas alquerías con sus palmeras e higueras, los montes circundantes, el arroyuelo de aguas frescas y cristalinas, las acequias y acueductos que conducen el preciado líquido hasta la feraz huerta, los abrevaderos de las bestias y las fuentes de los hombres, donde las mujeres van a llenar sus cántaros...
Es un buen lugar para vivir. Cinco siglos después continúa siéndolo.